DIONISIO CÉSPEDES NAVAS: “Ahora mismo creo que no sabría ser maestro de escuela”

Dionisio Céspedes, en un banco del paseo del Prado de Ciudad Real

Con Dionisio Céspedes Navas (Hoyo de Mestanza, 1939) comenzamos la sección digital 'HABLAMOS CON' donde valoraremos el oficio y la lucha vital de conocidos ciudadrealeños. 

Humilde, sabio, inteligente, ecuánime, muy amigo de sus amigos, fiel compañero de su esposa Elena, de sus ocho hijos y de más de diez nietos, conocido y reconocido en Ciudad Real, de ojo crítico y autocrítico, con férreas convicciones, una memoria envidiable y una gran afición a la escritura y poesía…, este maestro de escuela de Ciudad Real que ha enseñado durante más de 40 años a miles de alumnos que hoy son abogados, empresarios, médicos, investigadores, lleva con satisfacción y sin nada de vanidad, ser uno de los pocos maestros que después de más de 60 años sigue reuniéndose con algunos antiguos alumnos, “eso es de Récord Guinness, a ver quién se reúne con su maestro después de tanto tiempo, muy pocos, pero a mí me llaman y para mí es una satisfacción tremenda”, sonríe a esta entrevistadora. Tal es la admiración y cariño de sus antiguos alumnos y de las gentes de Ciudad Real que su libro recopilatorio de artículos ‘Vivencias, sensaciones y sentimientos’ no ha llegado a publicarse y ya ha regalado más de 700 ejemplares.

 

Pregunta.- Usted es muy querido y recordado por antiguos alumnos a los que inculcó unas enseñanzas y unos valores, ¿cómo es ahora la relación con ellos?

Respuesta.- Cada vez que me encuentro con algún antiguo alumno, sea en la calle o en algún otro lugar, le diría que la relación es excesivamente amistosa, para satisfacción mía y creo que de ellos también. Porque seguimos queriéndonos muchísimo, nos recordamos con un agrado increíble, incluso alumnos gitanos que tuve en el colegio de Ciudad Jardín… Tenemos un grado de satisfacción muto en esos encuentros.

Pero además de eso y de forma específica, he tenido sendas reuniones con alumnos que tuve en el colegio Marianistas en los años 70, algunos incluso han venido desde el extranjero, estoy acordándome de Vicente Notario, un investigador con muchos premios internacionales… Ahora con el buen tiempo pensamos reunirnos de nuevo, aunque todo está supeditado a la disposición de Vicente. Sería el tercer encuentro con mis alumnos de hace 62 años, podría incluirse en el Libro de los Guinness, no creo que haya maestros que se reúnan todavía con alumnos que tuvo hace 62 años.

Mi relación con antiguos alumnos es excesivamente amistosa para satisfacción personal y creo que de ellos también

P.- ¿Y de qué se habla en esos encuentros?

R.- Se habla de todas las vivencias que tuvimos en el colegio Marianistas. Son encuentros muy gratos, pero también muy estimulantes que, cuando acaban, estamos deseosos de que llegue el próximo. Cada uno expone sus recuerdos, pero también hablan de su profesión, de todo, porque algunos no se han vuelto a ver en muchísimos años. Soy el único profesor al que siempre invitan, además de que sigo en contacto con muchos de ellos, y ello me satisface enormemente, es un cariño mutuo y compartido.

P.- Cuarenta años dedicados a la docencia, ¿cuénteme cuáles son las principales lecturas que saca de esa vida en el aula?

R.- Son alguno más de 40 años porque cuando estudié Magisterio, de 1957 a 1959, empecé antes a dar clase en el colegio Nuestra Señora del Prado-Marianistas, en concreto un 3 de octubre de 1958, pero con un profesor que estaba en ingreso. Por las mañanas iba a estudiar a la Escuela Normal de Magisterio (actual Museo Provincial) y por las tardes daba clase. Ya en el curso 1959-60 me asignaron alumnos y clase y al año siguiente me dieron un grupo de 56 alumnos (con los que hoy en día celebro los encuentros). Por entonces, lo de las ratios no existía, el director  te asignaba una cantidad de estudiantes y si venía uno a mitad de curso no había problema, eso lo hice yo posteriormente como director en el colegio Ciudad Jardín.

En 1961 vino un inspector que me propuso irme a un nuevo colegio en Madrid, Santa María del Pilar, también de la congregación marianista, sería el mejor de Europa, me dijo. Le dije que le daría respuesta al día siguiente. Tras consultarlo con mi madre y mi hermano Daniel, aquélla negó la mayor, mientras que mi hermano me animó a dar el paso, que no me lo pensara.  Finalmente le dije que sí pero con la condición de que me reservara la plaza en los Marianistas de Ciudad Real si yo no encajaba en Madrid. Cinco años estuve en la capital, de 1961 a 1966, fue un lustro muy bueno, para recordar, conocí a gente muy importante. El último año quería casarme con Elena, pero en Madrid era prohibitivo hacerlo, se ganaba poco, me acuerdo que eran 13.511 pesetas al mes; me vi en la necesidad de dar clases particulares a chicos del colegio en sus domicilios de Sainz de Baranda, Narváez, Goya, cerca del colegio.

El inspector se quedó disgustado por mi decisión de volver a Ciudad Real, me ofreció un contrato de por vida, pero aún así decidimos regresar Elena. Por entonces había algo más de 40 alumnos de las familias más poderosas e influyentes de Madrid y del país. A mitad de curso se incorporó el hijo del embajador de Japón y recuerdo una anécdota muy curiosa al respecto.  En el colegio, en Castelló, 56 (barrio de Salamanca) era costumbre entonces poner a los profesores una pequeña botellita de vino,  yo no lo había probado en la vida, y una de las veces se me ocurrió echárselo a los alumnos en el vaso de agua que siempre tenían en su mesa; hoy sería impensable esto, pero allí nadie protestó, y el hijo del embajador japonés, la primera frase que aprendió a decir en castellano fue: “No, no, no Don Dionisio, agua no, vino sí”. No se me olvidará aquello (sonríe). Durante los cinco veranos que pasé en Madrid, hice las milicias universitarias o servicio militar.

El embajador me invitaba al cumpleaños de su hijo y a todas las recepciones de la Embajada. En una de ellas en el hotel Ritz de Madrid coincidí con Don Manuel Fraga que, por cierto, me vino de maravilla conocerle para la apertura de mi campaña electoral posterior como candidato por Alianza Popular a la alcaldía de Ciudad Real, en la fuente de La Talaverana, donde congregamos a más de 2.000 personas. Aquello me sirvió de mucho, además pedí el voto para él, que iba a las europeas, pero también para mí.  

De regreso a Ciudad Real continué en los Marianistas hasta 1974, que me ofrecieron ir al Doncel. Entonces se ganaba un poco más en la enseñanza pública que en la privada. Allí estuve hasta 1980 o 1981, para continuar en el nuevo centro de Ciudad Jardín, donde estuve de director 11 años y donde me jubilé.  

Dionisio Céspedes, en un banco del paseo del Prado (Foto: Ayer&hoy)

P.- ¿Le apena que el colegio Ciudad Jardín se haya cerrado?

R.- Pues sí. Es, era, el mejor colegio de la provincia, dicho por varios inspectores. Llegamos a tener más de 400 alumnos, en los laterales del centro tuvimos que hacer más aulas porque no cabían los chicos.

P.- ¿Cómo ve ahora la enseñanza y la educación en general?

R.- Veo las noticias pero no quiero empaparme demasiado porque me causan intranquilidad, desasosiego y malestar. No acepto la situación actual, desde el punto de vista legal, de la enseñanza, antes era una entidad de prestigio y la han destrozado. ¿Dónde se ha visto que los alumnos pasen con asignaturas?, el espíritu de trabajo se ha perdido. Ahora mismo, creo que no sabría ser maestro de escuela, es imposible en mi mentalidad y mi conciencia, no me adaptaría a un aula donde no hubiera un crucifijo o no se hicieran algunas actividades como la de traer flores y rezar. Ya cuando me jubilé empezó el declive. Recuerdo que en cierta ocasión cuando era director del colegio Ciudad Jardín un inspector me llamó la atención por el hecho de que un profesor había echado de clase a un alumno. Contesté que en ese caso, se trataba de un niño insufrible, que tenía amenazados a la profesora y a todo el mundo, pero el inspector, lejos de apoyarme, me indicó que la ley de educación en su artículo tal prohibía que los alumnos dejaran de recibir su educación y que, en consecuencia, debía llamar la atención a ese profesor, porque a los niños ni se les puede vocear. Yo, que nunca en mis 40 años de docencia, jamás he tenido problemas en el aula, aquello me sentó muy mal, los padres ya empezaban a mandar en el colegio…  Por eso digo que hoy me resultaría penoso ser maestro de escuela, porque yo tengo unas convicciones que no puedo compartirlas con las que actualmente están dictando los políticos. Ese es el tema. 

Antes la enseñanza era una entidad de prestigio y la han destrozado, ¿dónde se ha visto que los alumnos pasen con asignaturas?

P.- También fue concejal en el Ayuntamiento de Ciudad Real de 1987 a 1991, ¿qué lectura saca de esa legislatura y del mundo municipal?

R.- De esa legislatura saco que los tiempos eran totalmente distintos, ahora la política se ha deteriorado hasta unos extremos preocupantes. Aquella fue una legislatura donde los 25 concejales que componíamos la Corporación éramos amigos, casi como una familia, nos llevábamos de maravilla. En la oposición estábamos conforme a todas las propuestas que hacían los que dirigían las comisiones de trabajo si con ello se conseguía un beneficio social. En esa legislatura ganó la alcaldía Lorenzo Selas como independiente y 14 concejales más; en segundo lugar Alianza Popular con 5 concejales, yo como jefe de la oposición al sacar más votos que el PSOE, que también tuvo una representación de 5 escaños. Los distintos grupos hacíamos las reuniones juntos y llegábamos a acuerdos los del PSOE y los de AP. O llamaba al despacho de Lorenzo, enseguida me recibía, le planteaba algún problema social, de alguna familia en paro, y sobre la marcha lo arreglábamos. Pero eso es impensable hoy en día, es el estar en contra por naturaleza, si tú dices blanco, yo negro.

Tuve un poco de desavenencias con el partido por el Consejo de Administración del diario Lanza. Paco Ureña era un gran hombre, fue inspector mío de Educación, hice una gran amistad con él, también él con mi hermano Daniel. Por eso a los pocos años de estar allí, el partido me exigía unas cosas con las que yo no comulgaba.

P.- Como Ciudadano Ejemplar, ¿qué le ha dado a usted Ciudad Real, cómo transmite lo que siente por Ciudad Real?

R.- Estando aquí o estando fuera, Ciudad Real siempre ha agrandado mi alegría. Cuando me nombraron Ciudadano Ejemplar, fue tal el aluvión de firmas que no sé si mis hijos tuvieron que dejar de recoger firmas… Yo me enteré después, aunque sospechaba algo, porque en una procesión, vi a un concejal y a la entonces alcaldesa de Ciudad Real, Pilar Zamora, que para mí es una persona estupenda y  maravillosa, a la que siempre he considerado mucho, y noté que me dieron un saludo muy efusivo. Yo que ya tenía una mosca detrás de la oreja, le dije a Elena, no sé yo… hasta que por fin uno de mis hijos me dijo, diez días antes, que me iban a nombrar Ciudadano Ejemplar. Pero además, tenía que dar el pregón de feria al recibir tal título. Entonces me quedé abrumado, apenas tenía tiempo y les dije: “Pero si no he preparado nada, si esto de Ciudadano Ejemplar me ha caído de la chimenea” (sonríe). Bueno, pues ahí estuve unas cuantas noches preparando el discurso. Al final me felicitó mucha gente, conozco muchas personas de Ciudad Real y aunque yo ya de la vanidad estoy muy curado por mi larga trayectoria en vida, fue una satisfacción enorme este galardón. Y ya es otra historia que tengo guardada en un rinconcito del alma.

Dionisio Céspedes estuvo dedicado más de 40 años a la docencia, también fue concejal, además de escritor...

P.- Por último, ¿con qué rincones se queda de Ciudad Real?

R.- De la ciudad me quedo con los jardines de Ciudad Real, especialmente con el Parque de Gasset y el del Pilar. Tengo hecho sendos escritos sobre ellos, cuando viene la primavera, los sentimientos que me invaden, las sensaciones… Pero además de rincones, me quedo sobre todo con la bondad de las gentes de Ciudad Real. Cuando presenté la candidatura a la alcaldía de la capital por Alianza Popular, un periodista me preguntó quién era mi enemigo político, a lo que yo le respondía que tenía la satisfacción personal de no tener nada de eso, aunque si lo que quería preguntar era cuál era mi adversario político, le diré que no es Lorenzo Selas, sino un partido político que ha legalizado la muerte, el aborto, ese es mi adversario político. Aquello no cayó muy bien en el PSOE, después tuve algunas llamadas, pero era lo que yo pensaba y sigo pensando. Aunque esto daría para otra entrevista, tenemos un problema muy importante de natalidad y dentro de unos años, no demasiados, lo veremos.