Lecturas silenciosas a la luz de un candil
El 4 de noviembre se celebraba en Daimiel la cuarta sesión de las VII Jornadas de Historia con su Museo Comarcal como sede. Junto a los orígenes de la bandera de La Mancha y los molinos harineros en los archivos históricos, las resonancias femeninas de la Ilustración llegaron de la mano de una ponencia sobre la Casa de Madara y los ecos daimieleños de las relaciones sociopolíticas con la capital en el siglo XIX.
Desde el ocaso del siglo XVIII las estructuras sociales heredadas del Medievo habían iniciado un proceso de decadencia que conducirá inexorablemente al origen del Liberalismo. Fruto de este proceso algunos miembros de la nobleza, identificados con el espíritu del progreso ilustrado, promoverán iniciativas novedosas que fraguarán con lógica necesidad a mediados del 1800. Este es el caso de la finca de Madara, donde don Manuel de Pando y Fernández de Pinedo puso en práctica los ideales del capitalismo en una empresa agraria y manufacturera de extraordinarias dimensiones. El II Marqués de Miraflores estaba estableciendo un puente simbólico entre los hábitos patrimoniales del Antiguo Régimen y el empuje económico del nuevo siglo.
Mujeres ilustradas, oscurecidas por la preeminencia patriarcal..., su relato ilustra de anónimas pretensiones la retórica del Romanticismo español
Sin embargo, tras el escenario de estos exitosos políticos del reinado de Isabel II, subyace el protagonismo de los perfiles femeninos de sus consortes. Mujeres ilustradas, con prolíficas aspiraciones germinadas en lecturas silenciosas a la luz del candil en su gabinete de curiosidades. Oscurecidas por la preeminencia patriarcal de la sociedad decimonónica, su relato ilustra de anónimas pretensiones la retórica del Romanticismo español.
Hace unos meses tuve la fortuna de disfrutar de un concierto de piano en el Museo Nacional del Romanticismo. Las tonadillas de Enrique Granados actuaron como cápsula del tiempo, transportando a su Auditorio a un preclaro discurso hegemónico en clave sonora. Las piezas interpretadas por la solista eran la más sublime descendencia cultural de los patrones de una sociedad, donde el afán por la legitimidad y la libertad de pensamiento femenino entraba en colisión con la necesaria postración dictada por la sociedad.
Los muebles de museo se complementaban con una imagen de la mujer burguesa que huía de la customizada singularidad en los retratos que presidían las habitaciones de esta antigua mansión en el corazón de Madrid. Su mirada transmitía entre líneas ese deseo oculto, sublimado por las fuerzas centrífugas de la tendencia dominante a la postergación, la renuncia y los convencionalismos sociales.
A la vista de las renovadoras aspiraciones de las mujeres nobles de la Ilustración, me viene a la mente cuál hubiera sido su semblante al comprender que esos proscritos, aunque siempre denodados esfuerzos, se tornarían con el nuevo siglo en el sancionado retorno a lo establecido con el fin de los privilegios.