Certezas

¿Nos asaremos todos los veranos o nos saldrán sabañones en invierno, quién lo sabe?

Pertenezco a una generación a quienes se nos inculcó que la estabilidad y la seguridad eran pilares esenciales y que todo lo realmente importante era para toda la vida. Léase: el trabajo, el lugar en el que vivir, la vivienda, la pareja, las creencias… Por eso nos gustan tanto las certezas. Y esto es tan así que sabemos que en enero nos va a apetecer ir a Fuengirola y en mayo a Almería (si la salud no se tuerce) porque el Imserso, que sabe cómo nos gusta tener todo previsto, nos obliga a pedir los viajes en octubre.

Ironías aparte, lo cierto es que muchos de nosotros, los y las menos inamovibles, fuimos descubriendo que eso no era tan sencillo, que para toda la vida es mucho tiempo, que es inevitable hacer reajustes en nuestras vidas sobre la marcha y que muchas cosas importantes escapan a nuestro control, aunque eso nos haya producido  a veces incluso miedo y desasosiego.

La gente joven tiene mucha más cintura, porque no sabe que va a ser de su vida mañana. Clara consecuencia de tener trabajos precarios, sometidos en muchos casos a disponibilidad geográfica; de vivir de alquiler, hoy aquí y mañana allí, y de saber que el amor es fácil que se acabe e igual de fácil aún volverlo a encontrar. ¡Ve tú a decirles qué van a hacer en enero…!

Por eso seguro que ellos están menos inquietos ante el panorama incierto que se nos presenta.

 ¿Vamos a tener suficiente luz y gas? ¿Vamos a poder pagarlo o tendremos que volver a los braserillos de picón, que los jóvenes ni conocen? ¿Va seguir subiendo la inflación? ¿Cómo se va a poder vivir con sueldos o pensiones bajas? ¿Adónde nos lleva el cambio climático? ¿Nos asaremos todos los veranos sin aire acondicionado o nos saldrán, como antaño, sabañones en invierno? Preguntas todas que oyes a tu alrededor y que denotan una auténtica preocupación real, sobre todo en los mayores. Pero, ¿quién lo sabe?

Siempre me gustó la definición de inteligencia como capacidad de adaptarse a situaciones nuevas. De manera que no nos queda más remedio que ser inteligentes y aprender a convivir con la incertidumbre, adaptándonos a lo que la situación requiere en cada momento, improvisando y confiando en que los gobiernos lograrán revertir la situación. Todo ello sin agobiarnos y sobre todo sin ser ni agoreros ni fatalistas.

 La vida siempre es incierta y esa es la única certeza.