¿Funeral religioso o ceremonia laica?
Decidir cómo nos queremos despedir de este mundo debería ser una responsabilidad individual, no delegable. Sería lógico pensar que las ideas y convicciones que nos han acompañado durante toda nuestra vida y nos han guiado en ella, habrían de ser también las que marcasen nuestro punto y final.
Tema peliagudo el que pongo encima de la mesa, fundamentalmente porque no nos gusta pensar en la muerte. En la propia, ni digamos. Y si, además, hemos de hablar de ella nos parece hasta de mal gusto hacerlo, de mal agüero, como si solo con mencionarla estuviéramos invocándola. Sin embargo más nos vale dejar supersticiones aparte y afrontar un hecho ineludible que será de gran ayuda para nuestros familiares y que dará credibilidad y coherencia a quienes hemos sido.
Por tanto, ¿nos gustaría tener un funeral religioso, uno laico o nos da igual?.
Si la respuesta es la primera o la tercera no hay ningún problema. La maquinaria lleva siglos engrasada y nuestros familiares no tendrán de qué preocuparse. Los sacerdotes de la parroquia o de la capilla de los tanatorios, se ocupan de todo y ayudan a encontrar algo de consuelo en esos momentos tan difíciles.
Pero ¿y si no se ha sido creyente y pocas veces se ha pisado una iglesia? ¿No les parece una incongruencia seguir, por dejadez, la inercia de una tradición religiosa que no se comparte?
Por desgracia no hace mucho tiempo tuve que despedir a un familiar muy querido para mí, mi cuñado, Domingo Luis Sánchez Miras. Él era una persona conocida y apreciada en nuestra ciudad por su trabajo y honestidad y, en su haber, tenía muchos amigos y compañeros, acumulados en las distintas responsabilidades que había desempeñado. Antes de morir tenía muy claro que de ninguna manera querría tener un funeral religioso. Y, obviamente, se respetó su voluntad.
La pregunta es si quienes tienen esto tan claro como Luis lo tenía, carecen por ello del derecho a una ceremonia entrañable, elogiosa y digna. Él no la tuvo, porque ¿dónde hacerla? ¿A dónde acuden los familiares y amigos que querrían hablar sobre él, recordar anécdotas compartidas, ensalzar sus virtudes y su legado y transmitir con ello su cariño a los más allegados, mitigando en alguna medida el dolor de la pérdida?¿A una capilla con las imágenes religiosas tapadas o al vestíbulo de un tanatorio? Reconózcanme que este panorama es, a todas luces, cutre y desolador, y solo aumenta el dolor que ya de por sí genera el fallecimiento.
En algunas ciudades los tanatorios ofrecen instalaciones para ello, pero en otras, más sensibilizados y consecuentes con la pluralidad ideológica de sus vecinos y vecinas, son los Ayuntamientos quienes ofrecen espacios de diferentes capacidades para ello y les sería sencillo adaptar la normativa vigente para facilitar esta celebración en locales públicos emblemáticos como sucede en las bodas civiles. Así lo tiene establecido el ayuntamiento de Vitoria, por ejemplo, que ofrece nada menos que unos quince espacios para estas celebraciones, con unas tasas aceptables y facilitando todo el proceso en el mínimo tiempo posible.
Ahora que se están empezando a gestar los próximos programas electorales sería un buen momento para dar respuesta a esta necesidad y avanzar en lograr una ciudad más justa y plural.