Espiando heces
“Somos lo que comemos” es una conocida expresión, que algunos atribuyen al famoso médico heleno Hipócrates de Cos, aunque parece que realmente el primero que la empleó fue el filósofo alemán, Ludwig Feuerbach, a mediados del siglo XIX. A los arqueólogos nos encanta encontrar fósiles y restos del pasado y, entre ellos, cada vez tienen más importancia los “coprolitos”, es decir, los nódulos fecales fosilizados que nos permiten conocer qué tipo de alimentación tuvieron nuestros antepasados y de este modo podemos describir las características de su dieta y del medio ambiente en el que vivieron.
Pero el interés por saber lo que comemos y, por lo tanto, saber cómo somos, no siempre ha tenido una finalidad científica y una buena muestra de ello fue el laboratorio de excrementos que, según un antiguo agente de la Unión Soviética, puso en marcha Stalin. Es bien sabido que el dictador soviético estaba obsesionado por controlar a todas las personas, tanto amigas como enemigas, que podían llegar a tener algún tipo de relación más o menos cercana con él. Para ejercer este control desarrolló diferentes sistemas y diseñó diversos programas, entre los que, sin duda, llama la atención la creación de un departamento especial de análisis de excrementos humanos. Parece ser que el encargado de organizar este procedimiento fue Lavrenti Beria, en cuya triste “hoja de servicios” se encuentra el plan de exterminio de prisioneros de guerra que presentó a Stalin y que, entre otros hechos lamentables, provocó la famosa masacre de Katyn.
La creación de este secreto laboratorio de heces se basó en la creencia de que el análisis de los excrementos permitía elaborar retratos psicológicos de las personas que los habían producido, es decir, se establecía la expresión “somos lo que comemos” (y defecamos) como una especie de principio científico. Las muestras estudiadas en este laboratorio permitirían generar perfiles psicológicos analizando, por ejemplo, la presencia de triptófano, cuyos niveles altos reflejarían que las heces correspondían a una persona calmada y accesible, mientras que la falta de potasio sería una señal de un temperamento nervioso.
Se desconoce las personas que fueron analizadas por este sistema, pero parece que el personaje más destacado cuyas heces fueron “espiadas” fue Mao Zedong, concretamente en diciembre de 1949, para lo cual las tuberías del baño del dictador chino se conectaron durante los 10 días que duró su visita a Moscú a unas cajas secretas. Los resultados de este espionaje fecal no tuvieron que desagradar a Stalin, pues, finalmente, se firmó el acuerdo de colaboración entre China y la URSS en febrero de 1950.