Emelina Carreño nació en Alcázar de San Juan en 1912, hija de Sérvulo –de profesión camarero del Casino de Alcázar- y Emilia. Desde muy joven se dedicó a la costura y cuando cumplió los 18 años su vida de humilde modista sufrió un cambio inesperado, como si de un cuento se tratara.
Desde 1929 algunos medios de comunicación españoles quisieron seguir la iniciativa que se estaba impulsando desde los diarios franceses “Le Journal” y “L'Intransigeant”, que pretendía organizar en una veintena de países un concurso de belleza, eligiendo a la más guapa de cada nación para luego competir por el título de “Miss Europa”. En España fue el ABC el que se encargó de promocionar y desarrollar esta idea y así en 1930 tuvimos a la primera española elegida (la valenciana Pepita Samper Bono). En la segunda convocatoria la española seleccionada fue la también valenciana Elena Plana. Para 1931, la elegida fue la representante manchega Emelina Carreño Parejo.
Emelina fue elegida Miss España, realmente “Señorita España” que era como se denominaba en nuestro país a la ganadora del certamen. Y desde ese momento la popularidad de esta joven alcazareña de 18 años creció como la espuma. De manera inusitada y durante unas semanas su rostro fue portada de los principales diarios y revistas.
Hasta ese momento Emelina apenas había salido de su localidad natal, no había viajado más allá de las vecinas Campo de Criptana o Manzanares. Por mediación de Enrique Molina, un sombrerero local, se convenció a los padres de la joven para que la dejasen competir en la tercera edición del concurso de belleza que en la noche del 24 de enero se debía celebrar en la Sala de Fiestas del Gran Metropolitano de Madrid. Así que, junto con su padre y el citado Enrique, Emelina cogió el tren con destino a la capital y allí se empezó a conformar una historia propia de los cuentos de princesas.
Desde un inicio la manchega se convirtió en una de las favoritas. La revista “Ahora” le dedicó su portada apostando por ella como ganadora. José Simón Valdivieso, redactor del “Heraldo de Madrid” desplegaba una infinidad de elogios hacia la joven: “…en un óvalo perfecto, la inmensidad de la luz de los ojos rasgados, la nariz correcta de antecedente griego y bajo ella la boca fresca y rosada, como un amanecer de primavera en la llanura de La Mancha...”.
Llegado el momento del concurso, las crónicas nos describen como Emelina desfiló con un precioso traje de crep-sousse con encaje de bordado de ballet, y el triunfo que obtuvo fue arrollador frente el resto de las siete candidatas. Desde ese día su imagen se hizo popular llenando multitud de portadas en la prensa nacional internacional; además durante días se vieron en todos los hogares españoles las imágenes del documental que se había rodado durante el concurso.
La revista “Crónica” publicó una entrevista con la nueva miss donde todo el mundo supo de primera mano sobre los gustos de la joven: De no haber nacido en La Mancha le hubiera gustado hacerlo en París, se declaraba seguidora del boxeo antes que del fútbol y aficionada al baile, sus preferencias políticas las resumía como “republicana en todo” y seguidora de Alcalá Zamora. Y por supuesto, todos los españoles conocieron de sus números anatómicos: 54 kilos de peso, 1,60 metros de altura, 85 centímetros de pecho, 58 de cintura y 72 de caderas.
Portando la corona que la nombraba “Reina de la Belleza”, Emelina regresó a su pueblo natal como toda una heroína. Las crónicas del momento cifran en más de 20.000 personas las que acudieron a recibirla a la estación del tren alcazareña, y fue nombrada “Hija Predilecta” y le dedicaron una plaza.
Unos días después, Emelina marchó a París para competir por el título europeo. En la capital francesa vivió unos días inolvidables: sesiones fotográficas ante el Arco del Triunfo, los paseos por los Campos Elíseos o la lujosa habitación en el Hotel Claridge. Como curiosidad, en la noche del certamen de belleza, mientras el resto de participantes hacían su entrada a los sones de su himnos nacionales, cuando se produjo la entrada de la manchega, luciendo un mantón de Manila con enormes flores rojas y azules, la orquesta en vez de interpretar la Marcha Real tocó el “toreador” de la ópera Carmen de Bizet.
A pesar de la admiración que despertaba y de las previsiones de los medios, Emelina no tuvo suerte en el concurso y fue derrotada por la francesa Jeanne Juilla. Fue tal la decepción que en su regreso a España confirmó la negativa a participar en el certamen de Miss Universo que se celebraría unas semanas después en Santiago de Chile.
Y como ocurre tantas veces, el considerado por muchos como fracaso sirvió para recibir críticas en algunos de los mismos medios que antes la ensalzaban. Pero Emelina siguió recibiendo homenajes y reconocimientos en su Mancha natal donde era halagada como si fuese una nueva Dulcinea. Su presencia era requerida en corridas de toros, partidos de fútbol, bailes, teatros y concursos de belleza y, sirvió como imagen publicitaria para productos cosméticos o para la casa de papel de fumar Bambú. Invitada de honor en las Fallas de Valencia y allí conoció al torero Domingo Ortega, iniciándose una amistad que derivó en romance, llegando a anunciarse meses después en algunos diarios un probable enlace matrimonial, enlace que no llegó a realizarse.
En 1932, Emelina cedió el trono de la belleza española a la Teresa Daniel (natural de Barcelona). Y desde este momento se alejó de los focos mediáticos. Estableció su residencia en Madrid y aunque se le ofreció trabajar como modelo decidió ejercer como costurera para la casa de modas “Flora Villareal”. Casó con Antonio Sánchez Martínez, técnico en una fábrica de harinas.
El 21 de enero de 1999 falleció en la capital de España a los 87 años, sin haber tenido hijos.
FUENTES:
SÁNCHEZ LUBIÁN, Enrique (2009): “Emelina, la belleza que alumbró a la República: orígenes de los concursos de misses en España, 1929-1932”. Diputación Provincial de Ciudad Real, Área de Cultura.
https://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2010/742/1262473210.html
