El templo se llenó con familiares y amigos de los nuevos diáconos. Del mismo modo, la mayor parte de los sacerdotes de la diócesis participaron en la ordenación, acompañada por los cantos de la Coral Diocesana junto a la escolanía que se ha formado en el Seminario.
En la homilía, don Gerardo, dirigiéndose a los dos ordenandos, remarcó que solo desde «la gracia divina» van a ser capaces de responder a la llamada de Dios con entrega y disponibilidad total a la misión: «El sacramento que vais a recibir no solo os capacita para la misión a la que el Señor os envía, sino que toca vuestro propio ser convirtiéndonos en hombres nuevos. La gracia del sacramento os transforma en servidores de Cristo y de los hermanos para cumplir esta gran misión de servicio». Para esto, el obispo subrayó que «el mejor modelo de servidor a quien imitar es Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir». Este servicio de los diáconos es un envío de Dios «a servir a todos, pero especialmente a los pobres y necesitados».
«La caridad pastoral pide de vosotros la entrega de vuestra vida y de todo cuanto sois y tenéis al servicio de Dios y de los hermanos», dijo don Gerardo, que presentó el celibato que los diáconos prometen en esta ordenación, como una «vida entregada en su totalidad y sin reservas al servicio de la misión».
Sobre la oración, el obispo les pidió «rezar cada día con pausa y devoción la oración de la Iglesia que tiene como centro la eucaristía y que consagra a Dios nuestro esfuerzo cotidiano, ofreciéndole nuestro tiempo y nuestra vida entera».
Después, se refirió a la misión de la Iglesia que comparten los diáconos. Les pidió ser «servidores de Cristo en la Iglesia misionera, enviados por Él a ofrecer sin complejos, con valentía, su persona».
Por último, hizo una llamada vocacional aprovechando el ejemplo de la ordenación: «Vuestra valentía y generosidad es la demostración más clara de que, hoy, cuando uno se siente llamado a servir al Señor por este camino, puede ser feliz siguiéndolo y respondiendo positivamente al Señor por el camino del sacerdocio».
Después de la homilía, los dos ordenandos hicieron la promesa pública, prometiendo obediencia al obispo y a sus sucesores. A la promesa le siguió la oración de petición con las letanías a todos los santos, mientras los elegidos permanecen tumbados en el suelo y toda la comunidad reza y pide la intercesión de los santos. Esta es una de las partes más características de las ordenaciones.
Después de las letanías, don Gerardo impuso las manos a los dos seminaristas, que en ese momento quedaron ordenados como diáconos. Varios sacerdotes ayudaron a los dos diáconos a revestirse con la dalmática y la estola cruzada, las vestiduras características del ministerio que desempeñan. Después, el obispo les entregó el Evangelio, que a partir de ahora proclamarán en la liturgia, dándoles la paz como signo de acogida.
Los dos nuevos diáconos ejercerán este ministerio de manera transitoria hasta la ordenación sacerdotal, que se celebrará en los próximos meses.