Este 25 de noviembre conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una oportunidad para abordar públicamente los grandes retos y desafíos en la erradicación de una de las grandes lacras de la sociedad del siglo XXI.
Se calcula que al menos 736 millones de mujeres en el mundo han sufrido violencia de género al menos una vez en su vida, y 1237 mujeres han sido asesinadas desde el año 2003 en España.
No hablamos de números, hablamos de vidas humanas. Vidas que han sido arrebatadas y millones de familias que han quedado destrozadas, y a las que hacemos un flaco favor con discursos negacionistas y con aquellos que afirman que todos los hombres son unos maltratadores, y que echan por tierra décadas de trabajo en el avance hacia la igualdad.
No podemos consentir estos mensajes porque cuando hablamos de violencia machista también lo hacemos de niños que no volverán a ver a sus madres, y de muchos otros que ven como su madre es maltratada. Y por supuesto, no podemos olvidarnos de todas aquellas mujeres que pueden salir del círculo de violencia en el que se encuentran, si cuentan con la protección y la ayuda necesaria.
En la erradicación de la violencia machista, mujeres y hombres tenemos que caminar de la mano y mirar hacia adelante. Siendo conscientes de que la igualdad de oportunidades y el respeto es algo que nos beneficia como sociedad. Pero también conviene echar la vista atrás en todo lo que hemos avanzado, pues solo así podremos extraer lecciones y coger impulso.
Cada vez que una mujer es maltratada o desgraciadamente asesinada, fracasamos como sociedad. Una sociedad que lamentablemente se está habituando a que exista violencia machista cuando es algo que no debería tener cabida.
En lo que llevamos de 2023 han sido asesinadas 52 mujeres víctimas de la violencia machista. Pero si analizamos los datos con más profundidad, observamos algo que AFAMMER lleva casi cuatro décadas denunciando: la vulnerabilidad de las mujeres rurales que sufren violencia de género es mucho más palpable que en las ciudades por las especiales condiciones en las que viven.
De las 52 mujeres asesinadas, 17 residían en entornos rurales y tan solo tres de ellas denunciaron su situación. De nuevo tenemos que volver a incidir en que romper el silencio es mucho más complicado para las víctimas que residen en entornos rurales, y lo es fundamentalmente por los siguientes motivos: las víctimas no denuncian por vergüenza y el temor de ser señaladas y por la escasez de recursos humanos y económicos.
Queda patente que todavía nos queda mucho trabajo por hacer y desde la Asociación de Familias y Mujeres del Medio Rural, tendemos la mano a todas aquellas mujeres que necesiten ayuda. Una vida de maltrato es una vida perdida.